sábado, 18 de mayo de 2019

Los amigos

Soy una persona afortunada, siempre lo he dicho. He tenido y tengo grandes amigos.

Algunos de siempre, como las amigas de cole. No nos hace falta hablar a diario, sabemos que simplemente... estamos.

En la uni, hice muy muy buenas amigas. De esas que te abrazan y te desarman. De esas a las que eliges. Las que te eligen. Las que te transportan a los pasillos de la uni, donde pasamos tanto tiempo, y te hacen revivir los 18 como si fuera ayer.

En Barcelona, siempre lo digo, hice los mejores amigos. Al que está siempre, al que llevo más conmigo. Al que nombro 300 veces al día. Sin el que no me imagino mi día a día. El que me manda un vídeo del Mediterráneo desde Sitges para que vea el mar, ahora que vivo en la jodida meseta.

Y muchos más... Cuando ahora los veo en Madrid, o donde sea, me sacan sonrisa de antes. Me hacen feliz, me transportan a los años más felices. 

Hoy ha sido una videollamada con una amiga de esas que la vida te trae y a veces no te explicas cómo. Pero está, y te alegras por todas las cosas bonitas que está viviendo. Y te gustaría estar sentada en la terraza de Junior para morir de risa con ella.

Te conformas con hacerlo vía videollamada, tomarte un vino (solo tú, a ella ya le tocará) mientras haces una puesta al día. Y saltar de un tema a otro, y sentir que podéis estar así horas, si no fuera por la batería del móvil.

Lo dicho, una afortunada. Amigos, os echo de menos. Cuento los días para veros.

jueves, 2 de mayo de 2019

Volver

Volver a casa siempre me deja barrida física (ahora hay que añadir casi una hora más de coche) y emocionalmente.

No se si será lo de hacerme mayor, pero cada vez siento más nostalgia, más que Bilbao es realmente mi casa, que allí es donde quiero estar, que allí además están los que quiero, con los que me siento bien, los que me acompañan, los que quiero tener cerca.

Pasear por la ciudad es reconocerme en rincones, en la gente, en la cultura y el acento, en las expresiones y en las costumbres. Es no tener que explicar por qué esto lo hago así o por qué lo siento de esa manera. Es que entiendan mis silencios, mis gestos y mis miradas. Es compartir el gusto por los días bonitos y soleados, porque venimos de días lluviosos; es salir entonces a la calle y entender por qué el vino hoy nos lo tomamos fuera. Es gritar ¡Vitamina D, ven a mi! y que el de al lado me entienda.






Son los amigos de siempre. Organizar con ellos una paella en el Vivero, (que antes odiaba), es hoy un planazo. Reírme, discutir y hasta emocionarme con los recuerdos compartidos es un chute de energía para volver a este Madrid impersonal.

Y pienso, ¿no es eso realmente? ¿Volver a casa no es precisamente eso, que nos espere alguien?

Bilbao es, sin duda, mi casa. Ya solo queda la segunda parte: trabajar para volver.